"El sol tiene memoria a corto plazo"
Me girtaron unos niños mientras jugaban bajo el agua de un grifo.
No sé si lo imaginé, o lo gritaron realmente.
Lo olvidé por 17 años.
Ahora que te conozco entiendo qué querían decirme;
El sol no nos conoce, sale discreto de las montañas en las mañanas y calienta de a poco las pieles de Santiago. Al comienzo de la tarde nos entiende mejor, se siente más cómodo y expresa su calidez a borbotones.
Ya en la tarde, el sol se da cuenta de que es dueño de nuestra piel, de nuestro humor, de nuestros días; por lo que se abre totalmente a nosotros. Su ego llega a los límites de la temperatura y cree que todos lo queremos por su calor innimaginable.
El sol, luego de gritar y reir eufóricamente, se da cuenta que ya nadie lo quiere cerca, que todos hablan mal de él. Se siente solo, las nubes que en un principio lo acompañaban, ahora se escapan por su arrogancia.
El sol está triste, ya queda poco tiempo para el cambio de turno con la Luna y el resultado de su trabajo fue decepcionante.
Comienza a avergonzarse de sí mismo, deja de brillar como lo hizo en un principio, llora colores y habla bajito. En la costa mucha gente lo mira maravillado, dedican sus minutos de la tarde para hablar de él, o simplemente observarlo.
El sol está cansado, se da cuenta que su brillo escandaloso no es atractivo, no es hermoso.
En una casa de madera, un hombre escribe su nombre en poemas frustrados: "Siempre te alejas en las tardes hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas".
Ya para cuando el sol no da más lágrimas, se va a dormir, rendido, derrotado.
Y así todos los días, sin melancolía que lo deje apagado.
Sin ayer que lo coloree de dolores.