Querer escribir el amor es afrontar el embrollo del lenguaje:
esa región de enloquecimiento dónde el lenguaje es a la vez
demasiado y demasiado poco, excesivo
(por la expansión ilimitada del yo, por la sumersión emotiva)
y pobre (por los códigos sobre los que el amor lo doblega y lo aplana).
No lo dije yo, lo dijo Bouchoureliev.
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