15.11.12

Su único deseo antes de abandonar esa habitación desahuciada
era habitar, por al menos un par de segundos, la mente desprolija que tanto anhelaba.
Porque no hay nada más vertiginoso que encontrarse, 
casi como un ilusionista
en el interior velado de ese cuerpo.
Ser un holograma, 
intruso,
efímero,
de lozanía extraordinaria;
gestando una revolución
(pero en secreto)
delante 
de los 
espejos.
 

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